Escandinavas

Fresas silvestres

¡Qué bellas están en las dunas de arena de Tylosand, con sus largos cuerpos de piedra azotados por el mar!

¡Qué frescas y sanas en el Tívoli de Copenhague o en los parques de Oslo!

Rubias, aunque también hay morenas admirables. Todas tienen los ojos claros, grises, azules o verdes, pechos bien torneados una agradable sonrisa y sentido de las relaciones públicas.

En sus países de socialistas burgueses pasteurizados, la mujer no es para el hombre el signo de la belleza y del amor, sino más bien, la pareja y la esposa necesarias.

Al revés de las americanas, las escandinavas no se quejan de este estado de espíritu de los varones, pues su temperamento tranquilo no les empuja a protestar.

No están, muy hechas para el amor. Sin embargo, se colocan gustosamente en postura de hacerlo. Si no, ¿cómo podría ser que las familias de estos países del Norte admitan que sus hijas lleven por la noche a su lecho a los amigos que están de paso? Por la mañana, la mamá lleva ella misma el desayuno a la pareja y sonríe con amabilidad al invitado.

Cuanto más fácilmente se prestan, tanto más difícilmente se entregan. Desconocen por completo los refinamientos del amor latino. Aunque hay algunas que pueden convertirse en buenas alumnas después de largos estudios.

En realidad son bellezas admirables cuyo punto de fusión suele estar por debajo de cero, porque sus ojos son los más bellos pero también los más vacíos, y sus cuerpos los más perfectos pero también los más torpes.

Con todo, a veces surge entre ellas alguna disidente que llega a las cumbres.

No todo está podrido, particularmente en Dinamarca.

Del Libro: DM