lunes, 30 de junio de 2008

Inocencia (de las madres...)

No hay en el corazón de una joven un amor tan violento al que no añadan algo al interés o la ambición. (La Bruyere)

“María Rosa es la inocencia personificada…” Pues claro, señora. María Rosa es su hijita y usted aún vigila sus notas semanales y le niega veladas demasiado prolongadas el sábado por la noche en el campo. Cree usted que conoce a sus amistades y trata de prevenir sus debilidades. Pero usted no sabe nada.

Hoy en día es una primada entrar en complicidad con una hija mayor de quince años.

Hace tres años, tuvimos la idea de convidar a la cena del martes en el Maxim´s a tres jovencitas de la sociedad de París que habían sido puestas de largo hacía muy poco.

Les dijimos que Roger Peyrefitte y Jacques Laurent serían invitados nuestros. Dos de ellas se mostraron encantadas, pero la madre de la tercera no fue de la misma opinión y se negó tajantemente a que su niña se sentara al lado del autor de “Las llaves de San Pedro” y de “Las Amistades”. Ana María de…no pudo venir. La sustituimos por Jacqueline, una muchachita de dieciocho años, y la cena no se resintió con el cambio. En cuanto se sentó Peyrefitte, la emprendieron con él sus dos vecinas, hablándole primero de Capri y luego de sus costumbres.

Peyrefitte se moría de ganas de anotarlo todo en su famosa libreta. Frente a él, Jacques Laurent seguía, pensativo, su curso de “sexualidad moderna adaptada” con droga en zakouskis y fiesta a los postres, que le estaba describiendo Arlette.

A eso de las doce, estábamos en la acera de la calle Royale, cuando dos muchachos vinieron a buscar a nuestras jovencitas para una fiesta de la orilla izquierda. Se marcharon sin ni siquiera dar las gracias, despidiéndose con un rápido “buenas noches.” “Esto no es la belle époque”, suspiró Peyrefitte. “Sí”, dijo Laurent, “las cocottes de hoy suelen ser las hijas de nuestros amigos…”

Desde luego, Ana María no vino. Su mamá nos había dicho por teléfono: “Peyrefitte, dese usted cuenta…Ana no tiene más que dieciocho años. Quizás el año que viene…”

Admirable señora de…

Al cabo de tres meses era la comidilla de todo París.
Ana María se había fugado con un príncipe napolitano y cincuentón, canoso, rico y bien relacionado. Ana María lo amaba. Era su amante desde el invierno pasado.

A lo mejor no había leído nunca a Peyrefitte…

Del libro DM

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