domingo, 13 de febrero de 2011

Amor

“L’ amour a la papa, can ne m’ interesse pas…”

(Juliette Greco)

El cronometrador I. B. M. 415, estima que cada segundo que pasa, se hacen el amor mil nuevas parejas, sobre la tierra.

Y en torno a cada uno de estos abrazos… ¿Cuántos suspiros, cuantos ensueños, inclinaciones, aventuritas, disgustos, amarguras y odios?

Después del dinero, el amor es el amo del mundo.

Pero hay muchos grados, de longitud y latitud, en este “sentimiento apasionado que atrae un sexo hacia otro y que guía el corazón”…

En Francia, aún es, a veces, aquella cosa razonable que sentían nuestros abuelos por nuestras abuelas: una familia, una finca, unos valores y un sentimiento de “afecto duradero”. Y todavía existe el matrimonio de conveniencia. Hoy se mezclan intelectuales y tenderas, médicos y farmacéuticas, grandes duques e hijas de mayoristas, o simplemente, dos burguesitos de provincias.

Únicamente en Francia y quizá tal vez en la Gran Laguna Azul de Bora-Bora, se sabía vivir de amor, o demostrarlo, como se hacía en Puteaux, Neuilly, rue St. Jacques, en Perpiñán y en Nevers.

Desde luego, se ama también en otras partes. Y en el extranjero no ha cambiado la cosa. Los enamorados de Liverpool aún conservan su rincón en los muelles, y en Munich siguen paseando hasta muy tarde en la oscuridad de Schwabin, con las manos cogidas. Se siguen abrazando en los oscuros coches de las drive-in americanas y en las playas de Acapulco y Copacabana, después de la medianoche. Y los rusos tienen también sus ternuras, lo mismo púdicas que brutales.

Pero solamente en Francia se sabe hablar mejor de amor y, sin duda alguna, hacerlo.

Actualmente, nuestro país (Francia) se ha convertido en la patria seria de los “Organizadores” que, veinte años atrás, --empleados, cursillistas o jefes de servicios—soportaban la ley de los cincuentones de 1939. Han conquistado el poder y tratan de copiar a los americanos y a los suizos. Son racionalistas, metódicos, tranquilos y por la noche están cansados. Construyen la nueva Europa y el domingo piensan en su casita de campo.

Ya no les queda tiempo para poner en práctica el amor, sino como una virtud teologal.

Entre las gentes angustiadas de hoy día, entre esos jornaleros de sol a sol y esos conductores de DS, entre esos padres de familia preocupados con el plan del nuevo bachillerato, entre esos buenos pagadores de las letras de la lavadora o de la televisión, entre esos “ex aventureros de los tiempos modernos”, ya no quedan más que unos cuantos personajes que recorren París y el mundo con su flor en el ojal, en plan de descubridores de los únicos productos del mundo moderno, todos con el mismo gusto pasteurizado o con el mismo diámetro calibrado: las mujeres.

Aún quedan algunos estupendos viajantes de comercio, hombres para quienes los placeres del ocio, de la mesa, del café, del sofá, de la cama, de la bañera espumosa, del batín, de las velas, de las pieles, del champán y de la oscuridad, son sinfonías incomparables cuyos compases preparan uno a uno.

No son solamente esos hombres principescos –no hay nada tan soso como un príncipe o una princesa—a los que jalea la prensa, sino esos ciudadanos anónimos, ociosos, artistas e incluso hombres de negocios.

Las confidencias –muchas veces desengañadas—de estos atrasados, forman este diccionario de los últimos cruzados del amor.

Del libro: DM (Diccionario de las mujeres)

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